David Fincher firma una historia acerca de la ambición personal y la ética empresarial basándose en uno de los fenómenos más importantes de la última década: la red social Facebook.
Personalmente no considero que todo aquello sea merecedor de una adaptación cinematográfica, salvo por aprovecharse de la circunstancia de que Facebook ya es un fenómeno mundial.
Lo más, quizás, que daría sería para un interesante documental de una hora.
Por eso Fincher no ha centrado la atención de esta película en el lado morboso de la personalidad de Mark, ni en cómo se apropió de la idea de la arrasadora red social, y el proceso de cómo Facebook ha llegado a ser lo que es.
David ha pivotado el filme sobre aquello que le podría dar más juego, la lucha judicial mantenida entre Zuckerberg y su amigo Eduardo Saverin, los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss, y Divya Narendra por conseguir el reconocimiento, a nivel de propiedad intelectual, de ser los ideólogos de Facebook.
Que al final también es muy corriente y se reduce a soltar la pasta, la típica historia de género.